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Por: Fernando Romero

 

 

 

Al comenzar un nuevo año se tiende a pensar en lo que no se hizo e imaginar una lista de cosas por hacer dentro del siguiente; deseos, sueños y cambios. Es un listado de objetivos personales que, en ocasiones, van de la mano de un «ahora sí que sí».

Generalmente es una lista «por hacer» que se repite cada año. Comienza con gran ilusión, seguido de procrastinación y termina con desgano o hasta que se decide olvidar para no frustrarse. Pero, ¿por qué se vuelve tan difícil llevar adelante lo que se propone? ¿Será que los objetivos son complicados? ¿Será que falta organización?

Uno de los aspectos a considerar, más que la dificultad de cada objetivo, es el ambiente donde se despliegan. Un ambiente personal ordenado permitiría obtener las provisiones adecuadas para desarrollar y alcanzar eso que se ansía. Es procurarse un ambiente positivo que potencie las condiciones de crianza -cualquiera que haya sido- y asuma la responsabilidad de construir algo nuevo. Un buen ambiente es alcanzar una madurez emocional que cimente el camino a ser más independientes de las heridas internalizadas, de los fantasmas que acechan o de las piedras que se siguen dejando en los zapatos.

Ese ambiente de madurez emocional sería la voluntad de asumir la responsabilidad de vivir un propósito lleno de significado y tener la capacidad para querer darse algo bueno sin quedar en los intentos. Para propiciar este ambiente emocional sería necesario mantener un compromiso afectivo que lleva a interesarse en el propósito que sostiene el camino, en lo que da sentido a la traza y no en los objetivos que se vuelven -si carecen de significando – en obstáculos difíciles de sortear llenos de frustración.

Cuando no hay significado personal tras lo que se hace o cuando solo se enlistan objetivos que otros desean, se vuelve todo más difícil y se cree en lo inalcanzable de la felicidad. La madurez emocional podría llegar a ser esta felicidad anhelada que no aparece sin un trabajo personal, sin una comprensión de los fundamentos de lo que se ha sido, de lo que se es, y por qué no decirlo, de lo que será. La madurez emocional comienza con la honestidad, compromiso y responsabilidad que cada persona tiene con su propia vida.