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Por: Josette Codjambassis

 

Las personas nos desarrollamos adquiriendo características y habilidades que nos hacen absolutamente únicas e irrepetibles. Es un proceso de adaptación influido por la genética y el ambiente en que nos desenvolvemos. Vamos adoptando comportamientos que nos ayudan en la sobrevivencia física y emocional.

En una primera etapa somos absolutamente dependientes de quienes tienen la responsabilidad de cuidarnos. Son los que nos «presentan el mundo que nos rodea». La manera como vivenciemos ese mundo será clave para percibirlo como un espacio confiable o amenazador, un lugar que me cuida o del que tengo que cuidarme; con repercusiones en la autoestima y en los mecanismos de adaptación que desarrollemos.

Los seres humanos tenemos necesidades indiscutibles. Algunas físicas como comida y abrigo; otras menos visibles, pero muy importantes, que tienen que ver con la necesidad de sentirnos valorados y amados.

La valoración refiere con percibirnos capaces, sujetos de dignidad, de reconocimiento y respeto. La de ser amado, con pertenecer, ser parte de un medio que me acoge, donde soy merecedor de afecto y cariño. Cada individuo cuenta con más o menos recursos para trabajar una u otra. Muchas veces es fácil identificar quien se moviliza por el valor o el amor.

Somos seres en relación, generalmente buscamos la aceptación y aprecio de los demás. Si no consigo sentirme amado, me esfuerzo por la valoración; los estudios y el trabajo son buenos aliados en este intento. Si no me creo capaz, si pienso que no valgo, me esmero por sentirme amado, estoy disponible, soy servicial, atento, buena voluntad.

Esto no es en sí, malo o indeseable; sin embargo, cuando se vive como una compensación, como un recurso que usamos para aliviarnos de la presión interna producto de la insatisfacción, exagerando una de las dos tendencias en desmedro de la otra, limita nuestra posibilidad de estar bien, de relacionarnos con otros, y finalmente de ser felices.

Las personas tenemos la capacidad de mirarnos y reflexionar cuál es nuestra tendencia y las consecuencias que tiene en nuestras relaciones. Necesitamos estos dos pilares emocionales en equilibrio para nuestro bienestar.