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Por: Lorena Koppmann

Desde hace décadas y especialmente en época de redes sociales y sobreexposición, la relación con nuestro cuerpo es un aspecto relevante en el bienestar de nuestras vidas. Esta evaluación y la vivencia asociada a ella aflige a todos: hombres y mujeres, niños y adolescentes, adultos y adultos mayores, aunque el porcentaje más afectado son las mujeres.

En una encuesta realizada por la ONG «La rebelión del cuerpo» el año 2019, de 3.345 mujeres encuestadas entre 14 y 59 años, el 84% declara no tener la silueta que le gustaría y el 80% preferiría tener una silueta más delgada. Esto refleja el impacto que tiene la imagen corporal en el cómo nos relacionamos con el mundo y especialmente con nuestro entorno.

La relación que tenemos con nuestro cuerpo depende directamente de cuanto se adecúa y obedece a las expectativas y estándares que tenemos de lo que debiera ser. No nos darnos cuenta de que estos estándares no son nuestros sino impuestos desde fuera por una cultura que sólo instala la valoración en la apariencia física, en cómo nos vemos y nos ven los otros.

Nuestro ser es más que nuestro propio cuerpo. El cuerpo no define quienes somos ni el lugar que ocupamos en el mundo. El cuerpo es un instrumento que nos permite implementar aquello que realmente somos. Hacer lo que nos gusta, relacionarnos con nuestro entorno, vincularnos con la familia y trabajar. Nada de esto sería posible sin un cuerpo que nos permita llevarlo a cabo.

Somos muy poco cuidadosos con él, le exigimos, lo criticamos, no le damos lo que realmente necesita; sin embargo, nada de lo que somos sería posible sin él. Mejorar esta relación apunta a tener una mirada más amable y con mayor gratitud por las cosas que nos permite realizar en la vida.

Es importante entender que no siempre nos va a gustar nuestro cuerpo, lo que no significa que dejemos de cuidarlo. Le exigimos pensando que siempre nos va a acompañar, pero no le damos, en muchas ocasiones, aquello que necesita. Escucharlo pensando que este es el cuerpo que poseemos, nos ayuda a entenderlo como nuestro instrumento y no como un adorno para lucir y ser definido por la sociedad. Fomentemos un vínculo más compasivo y amoroso con él.