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Por: Andrea Carola Álvarez

Platón define el ritmo como «movimiento ordenado». La vida está compuesta por innumerables ritmos que tienen patrones de recurrencia regular. Pueden ser internos y externos, ritmos corporales, ritmos ligados a la naturaleza o ritmos sociales. El ritmo proporciona un puente para fortalecer la salud, bienestar y seguridad. El ritmo, a diferencia de la rutina, proporciona un flujo armonioso que constituye un aprender a escuchar las necesidades internas y externas del entorno.

Actualmente, estamos lejos de preservar los ritmos diarios y naturales de cada niño y niña. Existe un miedo al «aburrimiento de los niños». Surge entonces, una ansiedad por parte de los padres por entregarles diversas actividades o panoramas en donde puedan entretenerse, llegando a una hiperestimulación que lleva a niños y niñas a una incapacidad de gestionar, con recursos propios, su aburrimiento. Las vacaciones se transforman en un sinfín de actividades programadas rigurosamente que conducen a un cansancio más que a un descanso. El resultado está siendo una generación de niños que necesitan estímulos cada vez más intensos y variados en donde la capacidad de crear se les dificulta mucho.

Para poder ejemplificar aquello, podemos observar o escuchar una sinfonía o canción, un poema, un cuento o novela. Cada una de estas obras posee una intensidad distinta, que no se detiene, sino que se respeta a sí misma; presenta a sus personajes o tema, entra con un arreglo que nos permite sintonizar con su melodía, logra navegar en el desarrollo y emocionarnos con su clímax y desenlace. Lo mismo sucede con los niños. Deben saber combinar y hacer compatibles momentos de calma, situaciones de movimiento físico, sentarse a ver una revista o un pequeño dibujo, dibujar sus sueños, montar un collage o escuchar una historia que le permita imaginar un mundo. En otras palabras, armar un horario que no sea rutinario como en un colegio, sino que tenga ese ritmo que esperamos de una obra de arte.

Hoy más que nunca es importante detenernos, mirar a nuestros niños y niñas, y decidir soltar el activismo desenfrenado. Escuchemos ese ritmo único que tiene cada uno de ellos y que pretende ser otra pieza de arte en este mundo.