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Por:  Marcela Ávila

 

 

Todos los seres humanos, de una u otra forma, contamos con un entorno que nos contiene, nos protege y nos da seguridad. Este refugio, nuestro nido seguro, la mayoría de las veces es nuestro hogar. El lugar que habito me ordena, me permite una rutina, me silencia, me da tranquilidad. Desde ahí me enfrento al mundo exterior con lo que soy. Con lo que me piden que sea o lo que yo he elegido ser.

Primero fue la Pandemia, que nos obligó a resguardarnos al interior de nuestros hogares. El temor a enfermarnos y la cercanía con la muerte nos llevó a vivir largos meses de aislamiento, afectando nuestra calidad de vida y sobre todo nuestra salud mental.

Con el pasar del tiempo y muy lentamente, logramos salir de nuestro confinamiento con la esperanza de recuperar nuestro entorno social.

Hoy nos enfrentamos a una nueva amenaza: la guerra, que, si bien geográficamente está a miles de kilómetros, nos moviliza interiormente y altera nuestra estabilidad. Las emociones vuelven a flor de piel, angustia e impotencia. Desazón por el sufrimiento de tantas personas buscando asilo y consuelo.

La posible pérdida del nido seguro, levanta mis alertas y emergen los miedos. Me paralizo y desde ahí se hace más complejo avanzar.

Esto nos hace pensar que quizás la mirada puede ir más allá. Esa seguridad que tanto necesito está en mi: «soy yo mismo». Con esa nueva mirada podríamos regalarnos la oportunidad de atendernos, ordenarnos y cuidarnos con cariño. Ya no nos enfocaríamos tanto en nuestras debilidades, sino más bien en nuestras fortalezas, porque no hay mayor poder que el sentirnos capaces, aceptados y amados. Desde ahí conectarnos con un otro en lo amoroso, sin querer pasar a llevarlo(a), sin querer servirme de él o ella. Con esto no quiero decir que nuestras debilidades no sean importantes, porque los son. Si las miramos con atención podemos aceptarlas e incorporarlas como parte de un todo desde «ese soy yo», sin juicio alguno.

«Soy yo» quién que se da a un otro y juntos podemos hacer más, cultivando la generosidad y solidaridad, abriendo espacios de cambio que nos ayuden a construir gestos de paz transformadores, que puedan cambiar nuestro entorno cercano y el de otras personas.