Quizás una buena forma de despedir la queja es personificándola. Puede ser una compañía a la que sin darnos cuenta nos hemos ido acostumbrando. Una invitada que llegó sin ser convidada y que con el paso del tiempo se nos quedó de alojada. Es fácil vivir con ella, genera una convivencia grata, alimenta todos nuestros pesares centrándolos en los otros: los culpables, los responsables, los que no se dan cuenta, a los que no les importo.
Me parece bueno preguntarse cuánto espacio ocupa la queja en la propia vida, tanto a nivel familiar, en el trabajo, en las relaciones con otros y en la relación consigo mismo. Ella ayuda a instalar todo en ‘otro’, por lo tanto, nos libera. Todo lo que ocurre proviene de otra fuente. Comadre de la víctima, terminan las dos cohabitando los espacios propios.
Despedirla no es fácil, porque muchas veces ya se hizo parte de una forma particular de vivir, de mirar a los otros, y, además, lo más difícil, ¿qué hago sin ella?
Se trata entonces de enfrentar el malestar como una necesidad. Podemos cambiar la perspectiva, no es tanto que me moleste que veas demasiado televisión, sino porque no me dedicas tiempo, entonces, la queja se transforma en necesidad: en un quiero que me veas a mí, necesito estar contigo, quiero conversar contigo.
Si se habla desde el corazón, desde los afectos, desde la necesidad; la comunicación se transforma en un nuevo tendido que lleva energía vital. Todo eso porque hay congruencia, hay conexión afectiva, porque me expongo yo, y porque voy adquiriendo protagonismo.
La pregunta asoma, nuevamente, como inicio de la acción. Una acción nueva, vigorizada.
¿Qué puedo hacer distinto? ¿Cómo manifiesto mi molestia? ¿Cuánto tengo yo que ver en esto? Empiezo a pararme desde lo proactivo, yo puedo colaborar en mejorar esta situación, esto me atañe, esto tiene que ver conmigo. Mostrar la propia necesidad vale más que un kilo de queja. Estar quejándose, salvo cuando alivia el dolor físico, es construir un muro que nos aleja de quienes nos rodean.
Hay cosas que podemos cambiar, otras no, y ahí nuestra decisión, pero a la invitada odiosa hay que despedirla, sólo espanta.