Tenemos la percepción que como sociedad hemos experimentado un paulatino retroceso en los niveles de tolerancia. Hoy nos enfrentamos a una intolerancia que nos ha invadido como pandemia social. Se han ido perdiendo virtudes como la empatía, el autocontrol y el respeto, tan necesarias para adaptarnos a la vida en sociedad.
Durante estos dos últimos años hemos estado envueltos en un carrusel de emociones. Muchos sin poder entender lo que nos estaba pasando. Se percibía la sensación de que algo no estaba satisfecho y eso fue causando frustración, tanto a nivel individual como colectivo, que finalmente se traduce en rabia y enojo, entre otros sentimientos.
Como país, estamos retomando nuestras actividades y el quehacer cotidiano. Es una oportunidad para reflexionar en torno a cómo estamos conviviendo con otros en este espacio en que muchas veces pareciera que no cabemos todos.
Nos cuesta resolver conflictos cotidianos. Esperar nuestro turno de atención, un tapón automovilístico, un problema vecinal, entre otros, suelen desatar una violencia desmedida. Sorprende como las redes sociales del barrio se han transformado en un espacio para desahogar nuestra rabia e insatisfacción.
Quienes han tenido la tarea de la crianza saben que a los niños/as se les debe dar cierta cuota de frustración o de realidad para enseñarles a lidiar con aquellos deseos que no siempre se pueden cumplir, o que requieren esfuerzo para obtenerlos. La etapa infantil es el momento adecuado para empezar a enseñar a los niños a tolerar la frustración y la incomodidad que ésta conlleva. Es importante acompañarlos y acogerlos durante este proceso para que aprendan también el respeto.
El manejo de la frustración nos ayuda a flexibilizarnos frente al acontecer del mundo. Esto nos permite aprender a adaptarnos, aprender de límites y a saber que hay situaciones que no dependen de nosotros.
Estamos a tiempo para detenernos, reflexionar y decidir qué estilo de vida queremos para nuestra familia y nuestro país y comenzar a desarrollar habilidades como la tolerancia, el respeto y la aceptación de las diferencias que nos permitan vivir en armonía con los otros y nuestro entorno.